Palabras, palabras, palabras… Sitiofobias y cibofobias

Entrada 5 – Domingo 17 de enero de 2021

Sitiofobia, cibofobia, lacanofobia, carpofobia, turofobia, micofobia, metifobia, oenofobia, carnofobia, ictiofobia, araquibutirofobia, alectorofobia, xocolatofobia, ostraconofobia, aliumfobia, lycopersiconfobia, acerofobia, deipnofobia, mageirocofobia, neofobia, fagofobia, geumofobia, termofobia, criofobia, clorofobia, eritrofobia, xantofobia, crisofobia, porfirofobia, leucofobia, melanofobia, consecotaleofobia o dipsofobia, son solo una pocas de las múltiples fobias asociadas de modo directo o indirecto con la alimentación. Algunas de estas fobias atañen a los alimentos propiamente dichos, otras a determinados aspectos de la comida (como la temperatura o el color) que provocan en quienes las padecen un fuerte rechazo, y otras, por fin, afectan al comportamiento general en el ámbito gastronómico (cocinar, tragar o compartir mesa).

Fobia, manía, miedo y tabú

Quizá, para empezar, sería conveniente precisar que estas fobias alimentarias son susceptibles de revestir diversos grados de gravedad, que van desde la simple manía (preocupación caprichosa y a veces extravagante por un tema o cosa determinados) hasta la fobia más absoluta (temor angustioso e incontrolable ante ciertos actos, ideas, objetos o situaciones, que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión), pasando por el miedo (angustia por un riesgo o daño real o imaginario) y el tabú (conducta, actividad o costumbre prohibida, moralmente inaceptable por una sociedad, grupo humano o religión).

Los psicólogos suelen considerar que esos grados de rechazo son trastornos muy diferentes, pero esos son temas e historias que ni domino, ni pretendo profundizar. Sí quisiera simplemente aclarar, para quienes piensan que padecen algún tipo de fobia alimentaria, que miedo y fobia difieren sobre todo en que el miedo es aprendido (una mala experiencia, por ejemplo) y susceptible de ser controlado, mientras que la fobia suele ser injustificada, no se puede manejar con racionalidad y, por lo general, su tratamiento precisa de terapía profesional.

Por otro lado, tengo la impresión (muy personal) de que, en la mayoría de los casos, las consideradas fobias alimentarias son más bien manías, ya que no se trata de situaciones que provoquen un pánico real en la persona “fóbica” sino más bien un tipo de rechazo o resistencia.

Cibofobia y sitiofobia, las madres de las fobias alimentarias

Empezaré este pequeño recorrido por el mundo de Fobos, hijo de Ares y Afrodita y dios del miedo y el horror, con las dos madres de las fobias alimentarias: la cibofobia y la sitiofobia.

La cibofobia o ciborofobia es el miedo o la aversión a comer, mientras que la sitiofobia o sitofobia se refiere al rechazo de los alimentos.

Estas fobias guardan una relación directa con el acto de comer o con los alimentos y no con las consecuencias de la ingesta de comida, por lo que no deben confundirse con los trastornos psicológicos de anorexia y bulimia que parten de cánones estéticos. Otra cosa sería, por ejemplo, que habláramos de pocrescofobia que es el miedo a ganar peso.

La cibofobia supone un terror irracional a comer, por miedo a una intoxicación, a una reacción alérgica o a otro efecto molesto de la ingesta de alimentos (náuseas, vómitos, dolor abdominal, etc.). Por ello es frecuente que, pese a ser un trastorno psicológico, la cibofobia sea en realidad consecuencia de alguna patología orgánica, como obstrucciones pilóricas, isquemias u oclusiones intestinales, o diversas índoles de neoplasias. Las personas afectadas tienden a mostrar una obsesión irracional por los alimentos, sus nutrientes e incluso su procedencia, y evitan consumir alimentos desconocidos o preparados en días anteriores. Asimismo, rehúyen los platos cocinados por terceros, de ahí que no les guste comer en sitios públicos o en casas ajenas.

La sitiofobia se manifiesta como un rechazo de los alimentos que incluso llega a obedecer a ideas delirantes o alucinaciones olfatorias y gustativas que hacen pensar a la persona aquejada por ese trastorno que la comida está envenenada o resulta tóxica, o bien que puede provocar enfermedades como obesidad, diabetes, sobrepeso, etcétera.

Estas madres de las fobias alimentarias tienen una hermana pequeña más frecuente y conocida, pero igual de incapacitante a la hora de disfrutar de un buen plato: la fagofobia, que supone un miedo irracional y obsesivo a tragar y ahogarse, lo que deriva en ansiedad a la hora de enfrentarse al hecho de comer, beber o tomar medicación en pastillas.

Fobias alimentarias

Más allá de estas fobias alimentarias generales, existen otros muchos trastornos alimentarios selectivos que consisten en sentir aversión a alimentos muy específicos. Estas fobias suelen ir más allá del rechazo a un alimento determinado. Quienes las padecen no solo tienen miedo de ingerir esos productos, también sienten una profunda animadversión hacia su olor, su aspecto, e incluso no aguantan ver a otros degustarlos.

Entre estas fobias cabe mencionar, por ser las más conocidas o por su curioso carácter, la lacanofobia (fobia a los alimentos de origen vegetal), la carpofobia (fobia a las frutas), la turofobia (fobia a los quesos), la micofobia (fobia a las setas y los hongos), la metifobia o potofobia (fobia a las bebidas alcohólicas), la oenofobia (fobia al vino, ¡la más terrible de las metifobias!), la carnofobia (fobia a la carne), la ictiofobia (fobia al pescado), la araquibutirofobia (fobia a los cacahuetes o a sus derivados, como la mantequilla de maní, que se suele centrar sobre todo en el miedo a que se quede pegado al paladar), la alectorofobia (fobia a las aves de corral), la xocolatofobia (fobia al chocolate), la ostraconofobia (fobia a los crustáceos), la aliumfobia (fobia al ajo o a la cebolla, pues ambos pertenecen al género de plantas Allium, al igual que el puerro), la lycopersiconfobia (fobia al tomate), la tursifobia (fobia a los pepinillos), la acerofobia (fobia a los alimentos ácidos, como el vinagre o el limón), la hidrofobia (fobia al agua y, por cierto, un síntoma de la rabia —la enfermedad, no el sentimiento—), o la proteinofobia (fobia a las proteínas).

Cromofobias y similares (colores y temperaturas)

Existen además otras fobias que también influyen en la relación que tienen quienes las padecen con la comida, como la fobia a determinadas temperaturas, entre las cuales cabe mencionar la criofobia o frigofobia (miedo a la sensación de frío) y la termofobia (miedo a la sensación de calor).

Otras fobias que afectan al mundo de la alimentación son las cromofobias (miedo a los colores), entre las cuales resulta pertinente resaltar la clorofobia (miedo al verde, ¡espinacas fuera!), la eritrofobia (miedo al rojo ¡y si encima padeces lycopersiconfobia, ni te cuento!), la xantofobia (miedo al amarillo ¡se acabaron los curris!), la crisofobia (miedo al naranja ¡adiós zanahorias!), la porfirofobia (miedo al púrpura o violeta, ¡quita la piel de las berenjenas!), la leucofobia (miedo al blanco ¡añade chocolate a la leche!) y la melanofobia (miedo al negro ¡con lo ricos que son los chipirones en su tinta!).

Fobias conexas

Por fin, no se deben olvidar las distintas fobias relacionadas con el comportamiento en el ámbito de la gastronomía como la deipnofobia (miedo irracional y enfermizo a las conversaciones durante las comidas y a las conversaciones de sobremesa), la mageirocofobia (fobia a cocinar —sorprende la similitud entre “mageiro”, cocinero o carnicero, en griego, y “mágico”—, ¡lo que se pierden!), la neofobia (miedo a probar algo nuevo, se refiere tanto a los alimentos como a todo tipo de elementos o experiencias), la geumofobia (miedo injustificado a los sabores), la toxifobia (miedo a ser envenenado) y, para terminar, la consecotaleofobia (¡miedo irracional a los palillos chinos!).

El caso es que con tantas fobias alimentarias que nos acechan (reconoced que la consecotaleofobia es un tanto inesperada), no deja de asombrarme lo poco que estas afectan a quienes somos entusiastas de la buena mesa. Lo que no me parece sorprendente es la cantidad de fobias alimentarias que se conocen, ya que el universo de la gastronomía es infinito, por lo que las fobias conexas también han de serlo. Sin embargo, en contrapartida, también lo deberían ser las filias opuestas. Entonces ¿por qué nunca hemos oído hablar de cibofilia, sitiofilia, geumofilia (¡esa me gusta!), etcétera. Porque os garantizo que las “contrafobias” existen, yo gozo de varias de ellas (por no decir de casi todas) y creo que es el caso de la mayoría de quienes disfrutan del exquisito mundo de Hestia y Dioniso (dioses griegos de la cocina y el vino, respectivamente). ¡Ganas me dan de reinventar el vocabulario psicológico alimentario!

Como colofón querría señalaros dos fobias que no están relacionadas con la alimentación, pero cuyo nombre (al fin y al cabo también hablamos de lengua) me ha llamado la atención: la hexakosioihexekontahexafobia que es el miedo irracional al número 666 (por lo general, asociado con el diablo, por lo que tiene sentido) y la hipopotomonstrosesquipedaliofobia, término que parece totalmente impropio para una fobia que se refiere al miedo cerval a la pronunciación de palabras largas, complicadas o inusuales.

Creo que este recorrido por las distintas fobias alimentarias ha sido bastante exhaustivo, aunque no me cabe la menor duda de que más de una me habré dejado en el tintero. Si conocéis o se os ocurre alguna más, os invito encarecidamente a compartirla en este sitio.

Ilustración: Yuriria Culebro París

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *