¡Palabra de plátano!

Entrada 6 – Domingo 31 de enero de 2021

Mi marido es frutero. Pero no es un simple frutero, es un frutero fanático y avezado, de esos que entran en un almacén enorme repleto de fruta magnífica, pero con una sola pieza echada a perder, y dicen de inmediato “algo huele a podrido” (y no, ni estamos en la Dinamarca de Hamlet, ni hemos entrado en el Congreso de los diputados españoles), de esos que, cuando viajan se recorren todos los estantes de los supermercados y fruterías, observan etiquetas, procedencias, variedades y presentaciones, y critican, critican, critican; de esos que, cuando se habla de frutas, defiende la calidad, la precisión, el buen hacer y rechaza las imitaciones, las incorrecciones o las réplicas baratas.

Una de las cosas que siempre le sacan de quicio es que se llame plátano a la banana. “¡No es lo mismo! ¡No son iguales! ¡Ni mucho menos!” dice (gruñe), indignado. Hasta hace poco, yo no le confería demasiada importancia al asunto, hasta que un día, a raíz de ver la serie Hierro, me dio por investigar (y comparar) esas frutas a las que tan acostumbrados estamos. Descubrí entonces que no solo son diferentes, sino que el mundo del plátano es un universo fascinante, con un lenguaje, una historia, unas particularidades, unas características y unos rituales que le son propios.

Entre otras muchas curiosidades me di cuenta de que las plantas que los producen, las plataneras, deberían ser el emblema absoluto de las feministas pues son un matriarcado que lleva corbata y no precisa de elementos masculinos para su reproducción, sufren cesáreas, y tienen varias generaciones a las que se llaman madres, hijas y abuelas.

Pero no nos adelantemos, comencemos por el principio.

Plátano, banana o plátano macho

Empecemos por la diferencia entre frutas que parecerían casi idénticas a los ojos de un lego en la materia. Existen el plátano y la banana que se suelen confundir y el plátano macho, su primo hermano, que se distingue mucho más de los otros dos pues solo se parece en la forma y en que procede de una planta de la misma familia, las musáceas. Una de las clasificaciones más amplias y sencillas dentro de esta gran familia de las musáceas (que no son árboles sino plantas herbáceas perennes de las que hablaremos más adelante) es la que divide a los plátanos en los que se pueden comer crudos como los bananitos (Musa cavendishii) y los plátanos enanos (Musa x paradisiaca), y los que sientan como un tiro y saben a rayos si no se cocinan, es decir, los plátanos machos (Musa paradisiaca), menos dulces y más harinosos que sus primos, los comestibles en crudo.

La denominación «musa» es un derivado del árabe موزة [mawza], voz que recibe el fruto en esa lengua. El término “plátano”, surgió en el siglo XV y procede del latín platanus, que a su vez proviene del griego antiguo plátos que significa “ancho”, en referencia a la anchura de las hojas de la planta. Por último, es probable que, alrededor del siglo XVIII, en el marco de sus intensas actividades comerciales, los portugueses introdujeran en las lenguas europeas el vocablo “banana”, aportación de la lengua wolof (banaana) hablada en el actual territorio senegalés. La palabra “banana” se ha vuelto, además, uno de los africanismos más universales ya que se dice banane, en francés, banana, en español, inglés, o portugués, Banane, en alemán, μπανάνα (banána), en griego, банан (banan), en ruso, o 香蕉 (banana), en chino, por solo citar algunos ejemplos.

Por dentro y por fuera, plátano, banana y plátano macho guardan parentesco. Sin embargo, tanto su aspecto externo como su sabor, propiedades y nutrientes son muy distintos.

Empecemos por el que nunca confundiremos con los otros dos, el plátano macho. Es de textura harinosa, más seco y grande que sus primos y se cocina como si fuera una patata, cocido, frito, asado o al horno. Los plátanos que se comen en crudo no llegan a los 100 gramos, mientras que el hartón o el cambur, nombres con los que se conoce también al plátano macho, alcanza los 200 gramos por unidad. Su forma es alargada y algo curva y tiene una piel gruesa y verde. No es tan dulce como el plátano o la banana, debido a su composición escasa en hidratos de carbono sencillos o azúcares.

Plátano de Canarias

En cuanto al plátano y la banana, la primera diferencia estriba en su aspecto. La banana es más grande que el plátano canario, de menor peso y diámetro, que luce una forma más curva y suele ir adornado con sus inconfundibles motitas.

La segunda diferencia es la procedencia. La banana se produce, sobre todo, en Latinoamérica y África, mientras que el plátano viene de Canarias y, de hecho, recibió el sello de Indicación Geográfica Protegida (IGP) a finales de 2013, convirtiéndose en el único plátano del mundo que cuenta con este reconocimiento.

Plátano de Ecuador

En cuanto a la tercera diferencia, primordial cuando se habla de alimentos, se refiere al sabor y al contenido de nutrientes de ambos hermanos. Los plátanos de Canarias se distinguen por su sabor más dulce, su aroma y su jugosidad ya que poseen un mayor índice de humedad. Su mayor grado de madurez, aroma y sabor se debe al clima subtropical y suave de las islas Canarias que permite, entre otras cosas, una maduración más lenta, con una mayor permanencia en la planta (6 meses para un plátano de Canarias, frente a 3 meses en el caso de la banana).

El plátano canario se corta entre siete y diez días antes de llegar al consumidor. La banana americana se llega a cortar hasta un mes antes. Eso explica que el plátano canario sea más dulce, ya que cuanto más tiempo pasa la fruta en la planta, más azúcares adquiere.

Algo de historia

Las primeras plataneras, introducidas en las islas Canarias en el siglo XV, se importaron del sudeste asiático. En la década de 1520 la planta ya se había aclimatado a las islas, y los marinos que partían para América cargaban plátanos verdes en sus barcos.

Muy pronto, los viajeros británicos empezaron a adquirir esa fruta en sus escalas de regreso al Reino Unido, con un éxito tan rotundo que, en torno a 1880, los ingleses impulsaron su cultivo, de cara a una exportación masiva hacia las islas británicas. El comercio entre Inglaterra y Canarias alcanzó tales dimensiones que en Londres se construyó a orillas del Támesis el Canary Wharf (Muelle Canario), uno de los puertos más dinámicos y con mayor movimiento de naves en el mundo del siglo XIX.

Canary Warf ca. 1935

Desde comienzos del siglo XX, el cultivo del plátano en las islas Canarias ha aumentado sin tregua y hoy en día cubre más de 9000 hectáreas.

Empaquetado de plátanos 1920
Fotografía de Fernando Baena, Archivo de fotografía histórica de Canarias

Rituales y lenguaje plataneros

Fuente: Banco de Datos de Biodiversidad de Canarias

La platanera es una planta realmente curiosa. Aunque a simple vista parece un árbol, en realidad se trata de grandes hierbas que no se reproducen por semillas ni por polinización, sino por clonación natural, es decir, por el nacimiento de pequeños rebrotes que aparecen en su tallo de base pentagonal y que acaban formando una familia. Da frutas pese a que no es un árbol frutal. De esa hierba gigante formada por capas, como una cebolla, sale un racimo, completamente cerrado, que no se parece en nada al fruto final. Primero crece hacia abajo, y se va dando la vuelta a medida que crece.

La platanera que da la piña de la que nacerán los plátanos se llama «madre«, junto a ella siempre hay una “hija” en pleno crecimiento, una “abuela” ya cortada y, en algunos casos, una “bisabuela” muy desmejorada. ¡El padre no existe!

Cada platanera da un solo fruto en su vida, (aunque puede ocurrir que nazcan dos piñas gemelas de una misma madre), pero de sus raíces también brotan entre ocho y diez hijas susceptibles de dar frutos en un futuro y de las que solo una sobrevivirá ya que el resto se cortará. El mundo de las plataneras es un mundo cruel en el que las hijas compiten entre sí por el alimento y por el agua (en verano cada planta necesita al menos 30 litros de agua diarios) así que, de permitirles crecer a todas, dejarían sin energías a la madre, en esos momentos en pleno proceso de gestación. Por eso se selecciona una única hija y las demás se eliminan.

Esa labor, despiadada y esencial, se lleva a cabo cuando los retoños apenas son “botones”, como los llaman los palmeros. Para que solo quede uno se procederá a “deshijar” con la “barreta”, y del buen hacer del platanero depende la supervivencia de la platanera.

De una platanera crecen tres clases de hijas:

-las hijas de espada o puyones que nacen profundas y alejadas de la base de la planta madre, crecen fuertes y vigorosas con un follaje en punta, de ahí su nombre, y son las mejor ubicadas;

-las hijas de agua que desarrollan hojas anchas a muy temprana edad, debido a deficiencias nutricionales y que siempre se eliminarán;

-los rebrotes que son las hijas que vuelven a brotar después de haber sido cortadas y se diferencian de las anteriores por la cicatriz del corte previo.

Cuando se realiza el deshijado se ha de velar por eliminar la yema de crecimiento de la hija, y evitar así el rebrote, y por cortar de adentro hacia afuera para no herir a la madre. Una vez realizados los cortes se vendarán las heridas.

Fotografía: Shutterstock

Entre el nacimiento y el parto de la madre transcurrirán de 10 a 12 meses. Primero dará la flor a la que llaman “bellota”, un gran capullo de color violáceo, cuyo interior alberga la piña aún sin desarrollar. A la última hoja que sale por encima de la piña, se la llama «corbata» pues se parece a esa prenda de vestir.

La piña se forma de abajo hacia arriba por el interior del tallo. A veces, se queda atrapada y no puede salir por sí misma. Es entonces cuando el agricultor le practica una “cesárea” con un corte vertical. De no hacerlo, la piña se quedaría dentro y formaría un bulto voluminoso. Al final se estropearía sin remedio, y habría que caparla.

Si todo va bien, la madre “pare” la bellota. Cuando las “brácteas” (las hojas que acompañan a la flor) se abren, alumbran a la piña con los primeros platanitos cuyo crecimiento dista mucho de ser arbitrario, pues sigue un orden helicoidal que forma lo que los plataneros llaman “manos”.

Fotografía: Shutterstock

Cada piña tiene unas 13 o 14 manos con dos hileras de “dedos” (los plátanos) cada una, por lo que cada mano puede llegar a tener entre 20 y 25 plátanos, y una piña completa unos 300. En el extremo de cada dedo crece una pequeña flor que, en pocos días, se debe quitar de forma manual y de una en una para evitar que los plátanos se pudran.

No todos los dedos son iguales, y tampoco lo son los plátanos que llegan a nuestra mesa. Los que crecen en la parte superior de la piña son más grandes y corresponden a la calidad premium, los del medio son calidad extra y los inferiores, más pequeños, de calidad media. Una clasificación que se hace justo antes de empaquetar la fruta, aunque, según precisan en la Asociación de Organizaciones de Productores de Plátanos de Canarias (ASPROCAN), «solo se diferencian en el tamaño, el sabor es exactamente el mismo».

Por fin, cabe señalar un elemento esencial del plátano desde el punto de vista nutricional: esos hilillos que quitamos con paciencia cuando comemos esa fruta. ¡Craso error! Esos hilos, cuyo nombre científico es “paquetes de floema” (suena horrible, lo sé), son cadenas que distribuyen los nutrientes a lo largo de toda la fruta durante su crecimiento; la alta concentración de vitamina B6, calcio y antioxidantes que contienen representa una aportación destacable de vitaminas y minerales.

En conclusión, el plátano es una falsa baya, que nace de un falso árbol pero que constituye una auténtica delicia, y un verdadero tesoro que nos brinda la naturaleza.

Nota: Gran parte de la información contenida en este artículo procede de la ASPROCAN y de Infoagro.com

7 pensamientos sobre “¡Palabra de plátano!

  • el febrero 1, 2021 a las 1:17 pm
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    No ha podido quedarme más clara la diferencia entre plátano, banana y plátano macho. ¡Prometo no volver a confundirlos!

    Me ha encantado el recorrido etimológico, es increíble cómo las palabras pueden contarnos tanto de la Historia en la que han evolucionado.

    Gracias por toda la información y la forma tan amena de contarla. 🙂

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    • el febrero 12, 2021 a las 12:19 pm
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      Gracias Marta por tus lindas palabras.
      Efectivamente siempre defiendo que detrás de cada alimento presente en nuestra mesa existen miles de historias y que estas historias se sustentan en los nombres, los términos y su etimología.
      Y cada vez que trato de transmitir ese sentimiento, me acuerdo de una canción de Joe Dassin (un cantante francés muy conocido cuando era niña) «Ce n’est pas c’qu’on fait qui compte, c’est l’histoire. La façon dont on l’raconte, pour se faire bien voir» (No es lo que uno hace lo que cuenta, sino la historia, la forma en que se cuenta, para quedar bien). Mmmm, de eso los políticos saben un montón ¿verdad?
      Un abrazo,
      Tere

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  • el febrero 3, 2021 a las 11:36 pm
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    Me ha parecido la mar de interesante tu artículo, pero pienso que necesita una segunda parte .
    Me explico :
    Me parece que las mayores plantaciones de plátanos o de bananas se encuentran en América (incluso se habla de repúblicas bananeras aunque quizás de una forma peyorativa por la política ) y no sé si existían antes o después de la conquista.
    El comercio del plátano debe ser un gran negocio y me imagino que lo tienen grandes compañías.
    Quizás algunas de las personas que entran en tu blog podrían completar algunos de estos temas

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    • el febrero 12, 2021 a las 12:20 pm
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      Gracias, mamá, por recordarme algo que, habida cuenta la distribución geográfica de la familia, no se me tendría que olvidar: tengo que evitar los enfoques demasiado localistas.
      Sin embargo, como se trata de un artículo y no de un libro, he tenido que limitar mis consideraciones en el tiempo y el espacio.
      De todas formas, como verás a continuación, tengo un antiguo y brillante alumno colombiano que hace gran parte de la aportación que reclamabas sobre un punto de vista latinoamericano.
      Un besote,
      Tere

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  • el febrero 11, 2021 a las 6:02 am
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    Como siempre, maravillosos tus escritos, Tere.

    Definitivamente, hay mucho de qué hablar en este tema. Sería maravilloso poder atacar los temas políticos y sociales asociados con el mismo. Pero aparte de ser algo muy controversial, a lo mejor, el problema es siempre la falta de información y la dificultad para enfocar la búsqueda de modo que se expresen opiniones y se cuenten historias lo más objetivamente posible.
    Yo nací en Colombia, una de las naciones bananeras por excelencia y que ha sufrido este mote despectivo durante su historia cuando a los interesados así les conviene. Es más, sufrió una matazón que hizo cimbrar las fibras más profundas de la nación cuando los obreros que trabajaban en las tierra productoras de banano, poseidas por el imperio norteamericano en nuestro propio país, trataron de obtener algunas mejoras en sus condiciones laborales. Bueno, pero como dije al principio, esto puede ser el tema para una historia larga y en otra oportunidad más adecuada.

    Quisiera colaborar indicando que hay muchísimas variedades de la fruta. En Colombia se llama ‘banano’ y no ‘banana’. El término ‘banana’ se adjudica a un confite hecho de azúcar de caña. O sea que las dos plantas genéricas se denominan con términos masculinos, siendo el plátano el que normalmente se come cocido y banano el que se come crudo. Pero durante los muchos años que viví en mi país, sin ser hombre de campo, conocí por lo menos tres clases de plátano y al menos cuatro clases de banano.

    Ahora bien,no necesariamente el banano es más dulce que el plátano. Si se deja madurar bien a éste último, obtenemos lo que llamamos ‘plátano maduro’ con el cual se hacen unas tajadas fritas, supremamente dulces e infinidad de otros platillos, todos supremamente sabrosos y que hace parte intrínseca de la cocina colombiana. Obviamente, con el plátano verde o mejor, biche, se hacen otros muchos platillos que son una verdadera delicia. Voy a tratar de aportar en una próxima entrada algunas recetas para que nos demos cuenta de las cosas tan increíbles que pueden hacerse con los plátanos.
    También debo anotar que conozco una forma muy peculiar de comer el plátano (más bien sus partes) y creo que sucede en Asia,específicamente en Filipinas, donde favorecen el consumo de la flor del plátano (sí la de la foto, de color morado), la cual se va empequeñeciendo (no demasiado) , colgada de un pedúnculo que se va alargando a medida que salen las ‘manos’ de plátano. De esa ‘flor’ nacen los plátanos y cuando ya el racimo está lo suficientemente grande y parece que no va a dar más ‘manos’ queda todavía la flor, como dije más reducida, pero que, aparentemente, es comestible y , con seguridad, agradable al paladar de muchas personas (yo todavía no la he probado), preparada de la forma adecuada.

    Ni qué decir de las hojas del plátano. Ellas son muy anchas y tiene cierto grado de flexibilidad, que se aumenta calentádolas un poco. Pues bien, así preparadas constituyen un envoltorio muy socorrido para empaquetar los famosos tamales colombianos y algunos otros envueltos de comida, lo que les da, si se cocinan con esas hojas, un sabor absolutamente maravilloso. Recuerdo cuando estaba pequeño que esas hojas de plátano se usaban mucho para envolver los productos de la galería (plaza de mercado), simplemente como envoltura que permitía su empacado y transporte. Así se empacaban la manteca de cerdo, la carne, y muchas otras cosas; esa costumbre, con la modernidad, prácticamente desapareció para dar lugar al uso de las lamentables bolsas plásticas que tanto daño hacen a nuestro ambiente. Cómo extrañamos los viejos tiempos en que la vida cotidiana, aparentemente más primitiva,era mucho más ecológica y amigable con el planeta. El competidor de las hojas de plátano para ese uso eran las hojas de ‘viao’, una planta parecida, pero cuyas hojas son aún más adecuadas para la función de envolver.

    Finalmente, de manera tal vez un poco prosaica, pero no por ello menos real, debo anotar que tanto el plátano y el banano, tienen una connotación sexual en nuestro vocabulario muy arraigada dada por la forma fálica de este maravilloso fruto (por algo serán sustantivos masculinos en nuestro español). Me da la impresión que la imaginerá mundial participa de esta misma característica, en mayor o menor grado según el país. Charrasquillos de mil tonos, chistes, referencias de doble sentido, etc. toman al plátano o al banano como la imagen inocente que quiere expresar ideas un poco más atrevidas y que la ‘decencia’no permite mencionar más directamente.

    Qué bueno poder participar en estos foros. Gracias, Tere. Tus escritos son tan completos y estimulantes que nadie puede impedir sentirse impulsado a participar de alguna manera, aunque sea de manera principiante y superficial, como siempre, limitada por al falta de tiempo para las actividades que son placenteras e importantes. Un abrazo muy sincero.

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    • el febrero 12, 2021 a las 12:20 pm
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      Muchas gracias, Carlos, tanto por tu apreciación respecto de mis escritos, como por tu interesantísima (como siempre) aportación a este tema que bien podría dar para varios volúmenes de historia, agronomía y geopolítica.
      Es increíble cómo cada alimento me parece un universo, compuesto de varios mundos, pues no solo cada país tiene sus particularidades, sino incluso cada región.
      Mi idea era transmitir algunos conceptos respecto de las diferencias entre plátano y banana y gracias a ti descubro que además hay banana y banano, entre otros hallazgos.
      En cuanto a la connotación sexual de esta fruta, es bien cierta. ¿Os acordáis de un anuncio que cantaba (no recuerdo si en España o en México) “el único fruto del amor es la banana, es la banana…”?
      Te agradezco de nuevo tu aportación y me intriga saber qué más tendrás que decir si un día te pasas por el taller sobre el café, producto que destaca con luz propia en tu país.
      Un abrazo,
      Tere

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    • el febrero 13, 2021 a las 10:25 am
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      Carlos
      Muchas gracias , me ha gustado mucho tu comentario , además como había dicho antes me faltaba saber cosas sobre el plátano en América Latina y tú nos cuentas algunas cosas la mar de interesantes .
      Creo que tiene razón Tere que en un artículo no se puede abarcar más que una parte del asunto,
      pero creo que comentarios como el tuyo aporta un suplemento importante y simpático.

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